A veces el tiempo pasa y creemos que con él se pueden llevar las esperanzas de alcanzar una meta o tener algo para disfrutarlo en el momento adecuado. Pero bien reza el dicho “nunca es tarde cuando la dicha llega”, y con ello quiero hacer referencia a la llegada de un disco que esperaba desde hacía más de una década: el debut del trío de jazz fusión Difuntos, Extraños y Volátiles.
¿Por qué lo esperaba desde hace tiempo? Aunque es una grabación que está recién saliendo al mercado, hace más de diez años escuché algunos temas en uno de los más emblemáticos programas radiales que han existido en nuestra ciudad emeritense: “Música ilimitada“, espacio producido y conducido por Jordán Quintero, y que ya hoy en día no podemos disfrutar. En ese momento, el joven guitarrista Javier Alarcón Garmendia llevó en primicia algunos temas de lo que iba a ser el estreno de Difuntos, Extraños y Volátiles, donde también militaban Jerry Cárdenas (batería) y Edwin Arellano (bajo). En ese momento quedé impactado con la calidad del material que presentaba la agrupación y era cuestión de meses para que saliera a la luz pública a través del sello Musical Mind, casa discográfica que publicó valiosas obras que hoy en día son piezas de colección (Raimundo Rodulfo, Tuyero Submarin, Pig Farm On The Moon, entre otros). Sin embargo, por razones desconocidas, el disco nunca estuvo a disposición del público.
Hace pocos días, mientras realizaba la caminata sabatina acostumbrada para encontrar productos de primera necesidad, los ladridos de un perro me obligaron a entrar en la única discotienda que queda en la ciudad y, tras recuperarme de la fiereza con la que ese animal dejaba salir signos de autoridad, decidí darle un vistazo a los discos que tenían en venta. Mi mayor sorpresa fue ver una portada donde un perro, de actitud amenazante, invocaba que le prestaran atención. No tenía nada que ver con el perro anterior, pero esa imagen llamó mi atención, y al detallar la portada veo ese nombre que aún tenía en mi mente: Difuntos, Extraños y Volátiles. Parecía mentira, pero allí estaba mi soñada y anhelada producción
Tal como digo cada vez que trato de escribir una reseña sobre una obra discográfica, no soy músico y eso me impide hablar de notas, acordes; sólo soy un amante de las buenas obras y hablo en función de lo que el sonido me transmite. Siempre he pensado que cuando un artista, no importa en qué rama del arte se desempeñe, logra transmitir algo con su creación, pasa a ser inmortal.
El disco fue grabado en el año 2002, se hizo una nueva masterización en 2012 y salió a la luz pública en 2016. La sonoridad tan fresca sólo es indicativo de algo: es totalmente atemporal y lo podemos escuchar hoy o dentro de 10, 20 años. Un total de doce temas, diez compuestos por Javier Alarcón Garmendia, uno por Edwin Arellano y una composición colectiva de la banda. Destacar un artista sobre otro es tarea imposible ya que ninguno es músico de acompañamiento del otro, son un ensamble que se compenetra a la perfección, donde tenemos uno de los grandes guitarristas que hay en nuestra tierra, junto con una de las mejores secciones rítmicas.
El concepto es fusión de elementos de jazz y rock, una conjunción perfecta que durante 54 minutos y 18 segundos nos mantienen allí, sin ganas de despegarnos de esa obra musical. Establecer semejanzas con alguna agrupación nacional o foránea es tarea casi imposible, ya que tienen un sonido muy propio, lograron lo que muchos artistas buscan y pocos logran: ofrecer algo que deje la sensación de nuevo. No voy a enumerar o destacar piezas porque este es un disco para disfrutarlo por completo, sin saltos y con la única interrupción proporcionada por los uno o dos segundos que hay entre tema y tema.
Por otra parte, es imposible dejar de sentir nostalgia, y recuerdo la gloriosa Gira de las Siete Estrellas a su paso por Mérida en 1981. El acto de apertura era para una banda local. Tenían la responsabilidad de abrir un evento donde se presentarían agrupaciones que hoy forman parte de nuestra historia (Témpano, Resistencia, la Misma Gente, Alexis Rossell, Esperanto, Grupo Mango) y ese acto de apertura era una banda de niños: Los Hijos del Rock. Su guitarra y voz nos dejaron impresionados a propios y extraños, los sonidos que salían de aquella Fender Telecaster aún llegan a mis oídos. Allí estaba Javier Alarcón Garmendia, quien años después se uniría a Edwin Arellano y Jerry Cárdenas para entregarnos esta joya, un trabajo con calidad internacional.
Tal vez estoy hablando demasiado, pero es imposible no hacerlo cuando se trata de expresar las sensaciones que produce un álbum como éste, y dejo parte de las palabras escritas por el gran guitarrista Gonzalo Micó en la parte interna de este gran álbum: “A diferencia de otros grupos de su generación, Difuntos, Extraños y Volátiles se opone de manera frontal a la frivolidad de la moda y a lo fácil de oír, planteando una obra, una creación de gran autenticidad, comprometida con el desarrollo de esta bella forma de arte que es la música”.