Pablo del Val (voz y guitarra), Yoann Bouix (guitarra) y David G. Baraza (bajo) son Finde Fantasma, que en “Intramuros” han contado con la colaboración de Roberto Aracil (Leiva, Pereza) a la batería.
El trío alicantino Finde Fantasma reúne lo mejor de la música alternativa anglosajona con unas letras en castellano que oscilan entre la acidez y el desenfado, el drama y lo lúdico. Su pasión por el jangle pop de Alvvays o Beach Fossils, y del post-punk de The National o Joy Division derivó en una serie de improvisaciones durante los ensayos que terminaron por cristalizar en las nueve canciones de su estreno de largo.
El álbum, que se titulará “Intramuros”, ha sido producido, mezclado y masterizado por Carlos Hernández, productor de referencia del indie nacional (Carolina Durante, Los Planetas, Viva Suecia), en el mítico Estudio Uno de Madrid.
Según José Sánz (escritor millennial y estrella tuitera) “Finde Fantasma se articulan en dos coordenadas: la abscisa de tener algo que decir, y la ordenada de querer hacerlo siempre sonando de la mejor manera posible. Así, si se unen los instantes, las canciones, lo que queda es un disparo, casi un rayo. Porque Finde Fantasma son el grupo que Ana Soria quiere pasarle a Enrique Ponce para que no se sienta al margen con sus amigas, el grupo que Enrique Ponce quiere descubrirle a Ana Soria para legitimar su inner teen”.
En cuanto a “Me voy a romper”, la banda parte de una elegante y estilizada melancolía, para poco a poco ir subiendo en intensidad, tanto emocional como sonora. Escuchamos una exquisita mezcla de ecos de The Cure o The Smiths con una percusión contundente en la estela de The National. Mientras tanto, retrata el Apocalipsis personal que se desata en nuestro interior cuando una relación se tambalea y creemos que no sólo se acaba el amor sino nuestra vida entera y que nos vamos a romper en pedazos. Por el camino, su letra homenajea al cine de Jean-Luc Godard y de Dreyer y a la actriz que le puso rostro a la Nouvelle Vague, Anna Karina. Una oda a la supervivencia personal, que nos obliga a que cuando caigamos nos levantemos para corear su estribillo pegadizo, repetido como un mantra, y para saltar como si estuviéramos en el primer (o en el último) concierto de nuestras vidas.