En un momento en que Venezuela está bajo el control de incesante inestabilidad política, La Gallera Social Club revela otra cara de este territorio con múltiples culturas al hacernos experimentar el teatro de este fin del mundo
El famoso dúo venezolano La Gallera Social Club a vuelto con un nuevo álbum de nombre evocador “Trópico salvaje”, un viaje iniciático explosivo y cósmico en los distritos de su ciudad natal, Maracaibo. Es en esta burbujeante ciudad petrolera venezolana, encrucijada entre los Andes, la selva tropical y las costas del Caribe, donde el dúo extrae sus influencias. A partir de esta mezcla, crean su folk electrónico: una fantasía musical caleidoscópica con un ritmo contagioso.
“Trópico salvaje” resuena como la banda sonora de un viaje donde la energía de las fiestas populares latinoamericanas, así como las tradiciones seculares amerindias y afro venezolanas, se encuentran impulsadas en una falla de espacio- tiempo. Aquí, los tambores heredados de África y las flautas indias se combinan con tambores de acero, las sonoridades cósmicas de los años 70 se mezclan con los experimentos digitales actuales, para sacar a la luz una música afro latino-futurista y decididamente bailable.
En la cultura popular latina y caribeña, “La Gallera” es el lugar donde se llevan a cabo las peleas de gallos. “Social Club” en referencia al compartir y la amistad. Los dos hermanos gemelos Alexis y Miguel Romero, acompañados al principio por Carlos Guilleń (ahora como solista bajo el nombre de Caribombo), han usado estas referencias para nombrar a su grupo “La Gallera Social Club”.
Criados en los festivales folklóricos de Maracaibo durante el auge del petróleo en los años 80, los dos músicos se inspirarían en sus habitantes y músicas, cosmopolitas y mestizas. Basta con mirar la portada de “Trópico salvaje”, adaptada de una pintura de Ángel Peña (pintor de Maracaibo), para comprender que dos hermanos regresan a sus raíces recurriendo a su herencia y su sólida experiencia de vida adquirida en los últimos años.
Desde su llegada a Francia en 2011, el grupo ha viajado por los escenarios internacionales para propagar sus frenéticos sonidos. Después de sus 3 álbumes notables, el dúo multiplicó proyectos híbridos (Tito Candela, Mantekiya o Maa NGala con Ablaye Cissoko). Estos encuentros entre diferentes universos musicales, le dieron a La Gallera Social Club las claves para unificar las sonoridades ancestrales y populares de Venezuela con sus influencias psicodélicas y electrónicas.
Raíz y experimentación en 10 temas
“Manduco” es una adaptación de la canción de la famosa cantante venezolana María Rivas. Esta alusión al mortero utilizado por las madres de las aldeas que cantan durante el trabajo doméstico, está aquí marcada por las percusiones de una música afrodescendiente típica, la Gaita de Tambora, que se ve impulsada a una dimensión electrónica cautivadora. Este nuevo enfoque preserva las tradiciones al transponerlas al futuro cercano. Las canciones y flautas nativas son absorbidas por un ritual digital que ruge en la poderosa “Moroka jia”.
Con ritmos techno-latin house y sintetizadores profundos y maravillosos, los recorridos de guitarra y las melodías afro-caribeñas se destacan en “Titiriji” y son sublimados por el steelpan en “Mariposa”. Un título que lleva el nombre de una mariposa que busca música de diferentes partes de Venezuela, como la cumbia o el joropo.
La guitarra de cuatro cuerdas emblemática del país, el cuatro coquetea con las cadencias biguine y calypso en “Cecilia”, una pieza que recuerda el calor de las tardes tropicales en las costas del país (estas melodías traídas en el siglo XIX por los obreros antillanos que vinieron a trabajar en la industria del petróleo y la extracción de minerales). La pareja, apoyada por la famosa institución de archivo musical ArchivOlares, llevaron a cabo un verdadero trabajo de recolección e investigación para transcribir en sus composiciones el patrimonio tradicional y folclórico de Venezuela.
Estos sonidos de emergencia creados por las poblaciones africanas e indias refugiadas en los bosques y las montañas, dieron lugar a la música de resistencia que se ha convertido en un verdadero símbolo en todo el territorio. Las espiritualidades indígenas se destacan en “TamorYayo”, “Canto de amor Jayeechi” y también en “Kuje”. En este título, el canto de un niño de la tribu Yukpa celebra la fiesta del maíz con riffs electrónicos y dancehall. Los coros, los instrumentos de metal mezclados con las capas atmosféricas digitales sacan a relucir esta emoción singular que recorre todo el álbum. Como lo demuestra el fabuloso “Guacamayo”, una oda a la cultura afro venezolana que extrae sus ritmos percusivos principalmente de afrodescendientes de origen camerunés que huyeron de la esclavitud en América Latina.