
Hace tiempo que vengo sosteniendo una discusión conmigo mismo sobre la inefabilidad de los ciclos en la vida de la humanidad. Ya lo sé, suena nublado y hasta antiguo, pero esa discusión tiene ángulos que creo pertinentes para este foro. Las formas más modernas del pensamiento han recomendado al sistema democrático como el más apropiado para brindar oportunidades a los seres humanos y por ende, a las sociedades que estos conforman. Brinda, o pretende brindar oportunidades para que cada quien decida si actúa en pos de sus metas valiéndose de esas oportunidades, o simplemente se deja llevar por aquello que llaman “el destino”. Visto desde la música, es comprensible pensar en una analogía.
La incorporación periódica de las nuevas generaciones al flujo de la actividad profesional, es lo que supuestamente garantiza una constante renovación. Con el aporte de nuevas perspectivas dotadas de un también nuevo conocimiento, o en todo caso, con la actualización del conocimiento existente. Creo que hasta allí, todos podemos estar en consonancia. Es un asunto innato, así es como acontece en la naturaleza y así es como debe suceder en los ámbitos de la vida civilizada, o en evolución. Ocurre que esas oleadas de “sangre nueva”, de pensamiento renovado y actitud de avanzada (en teoría), no siempre toman en cuenta los elementos externos que la condicionan y que logran distorsionar ese flujo natural de las ideas y el conocimiento. He allí que estas nuevas generaciones, constantemente, se ven bombardeadas por las fuerzas enormes y casi siempre silenciosas de las finanzas, la industria y la multiplicación de los capitales, por nombrar las más notorias. Son como las olas del mar, que traen agua nueva a la orilla arrastrando involuntariamente los escombros y detritos que encuentran a su paso.
Hace poco me han remitido un escrito de un “consumidor” de la música, en el que se manifiesta su preocupación por la nueva incursión de la firma Apple dentro del mercado de canciones. Un mercado en el que está hace mucho tiempo, pero que se refiere a la nueva plataforma de “música por subscripción”, que es lo que viene a ser este nuevo “emprendimiento” del conglomerado californiano. No habrá posibilidad de conocer quién, cómo, dónde o el por qué de la creación de la música que va a alimentar esa gigantesca paleta de oferta musical. Música que ha sido creada por terceros, pero cuya participación no tiene mayor relevancia, más allá del minúsculo “share” que generosamente le será asignado, según los propios negociadores de las licencias que permitirán que sea posible y “rentable”. No habrá acceso a la información detrás de esas obras -más allá de las características particulares de cada una, nombre e intérprete- porque ello es irrelevante y porque encarecería una operación de tal envergadura. Por supuesto, tampoco habrá una justa remuneración para los autores. Lo peor, a mi juicio, es que entre los “beneficiarios” del nuevo servicio, los agradecidos usuarios finales, es muy probable que se encuentre un gran número de jóvenes talentosos que serán en su mayoría, la sangre nueva que ha de contribuir al flujo natural de la civilización y a la consecuente evolución de la raza humana.
Mientras esto ocurre, es prudente recordar que desde hace ya muchos años la industria ha logrado desviar la atención del contenido para acercarla a la forma, por ello hay guitarras eléctricas muy baratas, o con la huella de algún artesano disimulador, chaquetas de cuero falso, con pinchos metálicos, botas y ropa pre-rasgada, para facilitarnos el camino de la expresión artística sin tener que esperar ese odioso tiempo que imprima la pátina de la experiencia a nuestro look y poder proceder de inmediato a innovar y a conducir el destino del mundo con nuestro potente mensaje salvador.