“Buen amigo Álvaro Serrano, que en paz descanses. Cuántos cafés nos tomamos arreglando el mundo”
Corría el año de 1983, quizá finales del 82. Tenía como compañeros de ruta en lo que se puede llamar una gira promocional autogestionada, a un grupo de buenos amigos. Uno de ellos era Ezequiel Serrano Calderón, a la sazón saxofonista de la banda e inquieto motivador. Al conversar en los breves trayectos sobre la eventualidad de continuar y hacer un otro disco, interpretando aquella pequeña rendija de difusión como una oportunidad y ante el modesto éxito que habían tenido los anteriores, Ezequiel me presentó a su hermano mayor, Álvaro Serrano. Tipo simpático, con experiencia en otras latitudes (Colombia, España, México) y quien había recalado en estas tierras con la intención de proseguir su carrera como productor-arreglista, o viceversa
Vivían a escasos 30 metros de distancia uno del otro y ambas viviendas, neurálgicamente ubicadas, quedaban muy a mano de los estudios de grabación donde se hacía la mayoría de los comerciales en los que yo participaba y me servían de sustento. Le comenté en un primer encuentro de mis ideas y en un dos por tres nos vimos envueltos en una especie de “disciplina de trabajo”. Consistía básicamente en una o dos visitas semanales a su guarida, lechosa y marrón para él, un espresso para mí (preferíamos El Basurista porque allí le fiaban y le consentían).
Provistos de sendos paquetes de cigarrillos, papel y lápiz y su desafinado piano, tratábamos de dar con algún hilo que nos condujera a ese objetivo: presentar un repertorio para un eventual disco con alguno de los sellos disqueros que competían por la vanguardia en ventas de la renacida industria discográfica nacional (por obra y gracia de decreto presidencial conocido como “El uno por uno”).
Pasaron los meses y nuestras reuniones dieron algún fruto, no tan rápidamente como queríamos, pero había avances. No era tarea sencilla, se trataba de hacer coincidir gustos musicales y concesiones “de mercado” para que el proyecto fuera aceptado sin mayores contratiempos y sin avergonzar a sus creadores. Acometimos, a falta de manager, un acercamiento personal con los nuevos iluminados de aquella desperezada industria, algunos no eran tan nuevos, otros estaban tan compenetrados con el papel a desempeñar, que era difícil el flujo de la conversación.
Un día decidimos ir juntos en su Mercedes Benz blanco del 68, reservado para ocasiones especiales, al encuentro de un nuevo gerente. Venía de fuera, tenía experiencia en lo más cerca del 1er mundo que se conocía y era una oportunidad de oro para nosotros. El paquete incluía: 10 temas, un cantautor, un arreglista-productor, la mejor voluntad y una cierta amplitud de miras para llegar a un acuerdo razonable. ¿Qué podía fallar?.
Alvaro hizo gala de su sarcasmo, su humor y su experiencia, yo asentía e intervenía, tratando de modular la propuesta a los fines de un entendimiento no traumático y el cumplimiento del objetivo, que ahora eran dos. Hacer un disco y abrir la puerta para que Álvaro fuera admitido formalmente en el mundo estrecho, empedrado y sinuoso de la industria discográfica.
Quién sabe que vieja cuita tendrían con él algunos personajes que habían aterrizado antes en el CC Concresa, o que amenaza vieron en su inminente incorporación.
II
El asunto fue que “el hombre nuevo” se interesó en el proyecto, visto los antecedentes y quizá con miras a apuntarse un primer tanto gerencial e impulsar el sello por el camino que había previsto. Volvimos a conversar, acordamos un contrato respetuoso y de común acuerdo y todo era felicidad. Celebramos en compañía de otro viejo amigo, cuñado de Álvaro, excelente músico y de algún modo, avanzadilla de la familia Serrano Calderón en Venezuela. Creo que fue el bajista de la sesión que grabó el tema “Joven” del Grupo Syma. ¡Imagínense¡
Nos mantuvimos trabajando y a la espera. Surgieron otros trabajos para ambos. Intentábamos seguir adelante mientras esperábamos impacientes y ya casi desesperanzados, alguna noticia del sello.
Un día, nos sorprendió la noticia de que el joven gerente había sido -quién sabe porqué extraño sortilegio- substituido por otro, de diferente origen y de distintas maneras y gestos. Nos hicieron saber por caminos separados que la única forma de avanzar con aquello era la homologación del contrato al “modelo” que el sello había elegido y firmado con el resto de los artistas. Igualmente, tendrían que reservarse el derecho a decidir quién habría de producir el eventual disco y de qué manera. Seguimos, cada cual por su camino, pero conservando la amistad, el cariño, el respeto y alguno que otro encuentro siempre risueño, humorístico y bañado con algún caldo, incluso luego de ser llamado por Sonográfica. El resto es historia y consta en actas.